Instrúyeme, Señor en tus leyes (Sal 118)

viernes, 17 de marzo de 2017

MI EXPERIENCIA VOCACIONAL EN LA PARROQUIA SAN JOSÉ DE SANGONERA LA SECA


Cuando comenzamos el curso, los seminaristas nos mantenemos expectantes ante el reparto de tareas, pero muy especialmente, ante la asignación de pastorales, y en mi caso aún más, pues empezaba un nuevo ciclo en mi proceso formativo que suponía entrar en contacto con la realidad parroquial.
Y una vez más, Dios estuvo grande y generoso conmigo, me mandaban a la parroquia de San José de Sangonera la Seca. Y digo eso por una serie de motivos que, en las próximas líneas voy a intentar explicar aunque, algunas veces, las cosas del corazón son difíciles de transmitir.
Un primer motivo, es simplemente anecdótico, la parroquia está dedicada a San José, y yo nací el 19 de marzo, las vibraciones empiezan a ser buenas. Pero cuando busco quién es el párroco, descubro, gratamente, que es D. Francisco José Azorín, al que conocía de su paso por el seminario y con el que tuve la suerte de compartir experiencias de gran intensidad en mi primer viaje a Lourdes, las buenas vibraciones se confirman.
Pero esta nueva experiencia estaba por empezar, y al poco tiempo descubro que las expectativas e ilusiones con las que comienzo mi tarea pastoral se van a quedar cortas, las realidad las supera con creces.
En primer lugar, tengo la oportunidad de profundizar en mi conocimiento de D. Francisco, y no solo descubro a un buen párroco, sino a un párroco bueno, a partir de lo cual, todo lo que voy a ir experimentando tendrá un sentido y una fácil explicación, pues acababa de tropezar, bendito tropiezo, con un hombre lleno de Dios, que además sabía y tenía capacidad de comunicarlo. Se dirige a mí como “hijo” y no me cuesta, es más me sale del corazón llamarle “padre”, porque eso es lo que está siendo para este aprendiz de cura, un padre preocupado y ocupado en darme una buena y amplia formación.
Pero si significativo es el párroco, qué decir de las gentes de la parroquia, todas ellas presentan una importante patología, tienen un corazón de mayor tamaño que su capacidad torácica, motivo por el cual están obligados a compartir sus palpitaciones con aquellos que tenemos la suerte de colaborar, aunque sea poco tiempo, en su empeño de construir el Reino de Dios.
El resultado de la combinación de pastor y rebaño es obvio, una comunidad viva, que acoge con los brazos abiertos a todo aquel que se acerca, haciéndote sentir parte integrante de su proyecto, andar con comodidad, provocando la necesidad de implicarte cada vez más, con seriedad y entrega en su quehacer diario. Son un ejemplo de respuesta a una vocación, la de servir, cada cual desde su lugar, a la llamada de Cristo.
No quisiera acabar este pequeño relato de mi experiencia pastoral, sin resaltar algunos momentos de especial intensidad, de los que esta comunidad parroquial me ha permitido disfrutar, unos por su novedad, otros por su significación.
La posibilidad de impartir catequesis a los pequeños y colaborar en la de los que se preparan para la confirmación ha sido, está siendo, un verdadero regalo, a la vez que una gran responsabilidad, pues cada día me pregunto si habré sido capaz de transmitir, mínimamente, aquello que Dios mismo me ha entregado, la capacidad de amarle y confiar plenamente en Él.
Agradecer enormemente, la posibilidad de acompañar al Párroco en su pastoral de enfermos, donde he podido descubrir la grandeza que supone e implica ser sacerdote, llevando el consuelo, la comprensión, la cercanía y al mismo Cristo, a aquellos, que por el menoscabo de sus facultades, ya no pueden asistir al templo y que sin embargo, por esta acción no se sienten abandonados por Dios, sino todo lo contrario, pues, es el mismo, el que va a su lugar de sufrimiento para ser sostén en la dificultad.
Señalar y agradecer la posibilidad que me ofrece D. Francisco durante la celebración eucarística de servir el altar, les puedo asegurar, que la intensidad y emotividad del momento son máximas, y me hace soñar  con un futuro, ya no tan lejano, en el que tendré el honor y el privilegio de hacer presente a Cristo, razón y ser de mi vida. Igualmente intensa es la invitación a dar la comunión a unas gentes que desde hace algunos meses las considero “mi gente”.
No puedo dejar de recordar un momento simpático, a la vez que hermoso, ocurrido esta Cuaresma, cuando los pequeños, en bloque, deciden confesar, algo que les habíamos comentado en varias ocasiones, y que sin embargo teníamos nuestras dudas sobre si ocurriría. Si los chicos estaban nerviosos e impacientes, les puedo asegurar que yo estaba emocionado, y no me da vergüenza confesar que, cuando estaba junto a ellos dando gracias a Dios, alguna lagrima se me escapó.
En fin, no quiero alargarme y hacerme pesado, pues son muchos los momentos que me vienen a la memoria del corazón,  por eso voy a terminar como empecé, diciendo que Dios, por un motivo que desconozco, ha sido grande y generoso al mandarme a esta parroquia, que se ha convertido en mi primer amor, pues aquí he tenido mi primera experiencia pastoral de forma continuada, en la que me siento acogido por su párroco y sus feligreses, en la que mi vocación se está consolidando y formando y en la que estoy confirmando que el camino para el que Dios me ha llamado merece la pena ser andado, porque es hermoso caminar con Cristo, con Él y en Él, acompañado en todo momento por nuestra Madre, la Virgen María.


                                                                                  Jesús José Márquez Piñero
                                                                          Un seminarista agradecido y deudor


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